sábado, 15 de marzo de 2008

LITERATURA Y LENGUAJE SIMBOLICO


CUENTO DE Julio Cortázar PARA OBJETO DE ESTUDIO A PARTIR DE LA LITERATURA Y EL SIMBOLO.



Conducta en los velorios

[Cuento. Texto completo]
Julio Cortázar



No vamos por el anís, ni porque hay que ir. Ya se habrá sospechado: vamos porque no podemos soportar las formas más solapadas de la hipocresía. Mi prima segunda, la mayor, se encarga de cerciorarse de la índole del duelo, y si es de verdad, si se llora porque llorar es lo único que les queda a esos hombres y a esas mujeres entre el olor a nardos y a café, entonces nos quedamos en casa y los acompañamos desde lejos. A lo sumo mi madre va un rato y saluda en nombre de la familia; no nos gusta interponer insolentemente nuestra vida ajena a ese diálogo con la sombra. Pero si de la pausada investigación de mi prima surge la sospecha de que en un patio cubierto o en la sala se han armado los trípodes del camelo, entonces la familia se pone sus mejores trajes, espera a que el velorio esté a punto, y se va presentando de a poco pero implacablemente.


En Pacífico las cosas ocurren casi siempre en un patio con macetas y música de radio. Para estas ocasiones los vecinos condescienden a apagar las radios, y quedan solamente los jazmines y los parientes, alternándose contra las paredes. Llegamos de a uno o de a dos, saludamos a los deudos, a quienes se reconoce fácilmente porque lloran apenas ven entrar a alguien, y vamos a inclinarnos ante el difunto, escoltados por algún pariente cercano. Una o dos horas después toda la familia está en la casa mortuoria, pero aunque los vecinos nos conocen bien, procedemos como si cada uno hubiera venido por su cuenta y apenas hablamos entre nosotros. Un método preciso ordena nuestros actos, escoge los interlocutores con quienes se departe en la cocina, bajo el naranjo, en los dormitorios, en el zaguán, y de cuando en cuando se sale a fumar al patio o a la calle, o se da una vuelta a la manzana para ventilar opiniones políticas y deportivas. No nos lleva demasiado tiempo sondear los sentimientos de los deudos más inmediatos, los vasitos de caña, el mate dulce y los Particulares livianos son el puente confidencial; antes de media noche estamos seguros, podemos actuar sin remordimientos. Por lo común mi hermana la menor se encarga de la primera escaramuza; diestramente ubicada a los pies del ataúd, se tapa los ojos con un pañuelo violeta y empieza a llorar, primero en silencio, empapando el pañuelo a un punto increíble, después con hipos y jadeos, y finalmente le acomete un ataque terrible de llanto que obliga a las vecinas a llevarla a la cama preparada para esas emergencias, darle a oler agua de azahar y consolarla, mientras otras vecinas se ocupan de los parientes cercanos bruscamente contagiados por la crisis. Durante un rato hay un amontonamiento de gente en la puerta de la capilla ardiente, preguntas y noticias en voz baja, encogimientos de hombros por parte de los vecinos. Agotados por un esfuerzo en que han debido emplearse a fondo, los deudos amenguan en sus manifestaciones, y en ese mismo momento mis tres primas segundas se largan a llorar sin afectación, sin gritos, pero tan conmovedoramente que los parientes y vecinos sienten la emulación, comprenden que no es posible quedarse así descansando mientras extraños de la otra cuadra se afligen de tal manera, y otra vez se suman a la deploración general, otra vez hay que hacer sitio en las camas, apantallar a señoras ancianas, aflojar el cinturón a viejitos convulsionados. Mis hermanos y yo esperamos por lo regular este momento para entrar en la sala mortuoria y ubicarnos junto al ataúd. Por extraño que parezca estamos realmente afligidos, jamás podemos oír llorar a nuestras hermanas sin que una congoja infinita nos llene el pecho y nos recuerde cosas de la infancia, unos campos cerca de Villa Albertina, un tranvía que chirriaba al tomar la curva en la calle General Rodríguez, en Bánfield, cosas así, siempre tan tristes. Nos basta ver las manos cruzadas del difunto para que el llanto nos arrase de golpe, nos obligue a taparnos la cara avergonzados, y somos cinco hombres que lloran de verdad en el velorio, mientras los deudos juntan desesperadamente el aliento para igualarnos, sintiendo que cueste lo que cueste deben demostrar que el velorio es el de ellos, que solamente ellos tienen derecho a llorar así en esa casa. Pero son pocos, y mienten (eso lo sabemos por mi prima segunda la mayor, y nos da fuerzas). En vano acumulan los hipos y los desmayos, inútilmente los vecinos más solidarios los apoyan con sus consuelos y sus reflexiones, llevándolos y trayéndolos para que descansen y se reincorporen a la lucha. Mis padres y mi tío el mayor nos reemplazan ahora, hay algo que impone respeto en el dolor de estos ancianos que han venido desde la calle Humboldt, cinco cuadras contando desde la esquina, para velar al finado. Los vecinos más coherentes empiezan a perder pie, dejan caer a los deudos, se van a la cocina a beber grapa y a comentar; algunos parientes, extenuados por una hora y media de llanto sostenido, duermen estertorosamente. Nosotros nos relevamos en orden, aunque sin dar la impresión de nada preparado; antes de las seis de la mañana somos los dueños indiscutidos del velorio, la mayoría de los vecinos se han ido a dormir a sus casas, los parientes yacen en diferentes posturas y grados de abotagamiento, el alba nace en el patio. A esa hora mis tías organizan enérgicos refrigerios en la cocina, bebemos café hirviendo, nos miramos brillantemente al cruzarnos en el zaguán o los dormitorios; tenemos algo de hormigas yendo y viniendo, frotándose las antenas al pasar. Cuando llega el coche fúnebre las disposiciones están tomadas, mis hermanas llevan a los parientes a despedirse del finado antes del cierre del ataúd, los sostienen y confortan mientras mis primas y mis hermanos se van adelantando hasta desalojarlos, abreviar el ultimo adiós y quedarse solos junto al muerto. Rendidos, extraviados, comprendiendo vagamente pero incapaces de reaccionar, los deudos se dejan llevar y traer, beben cualquier cosa que se les acerca a los labios, y responden con vagas protestas inconsistentes a las cariñosas solicitudes de mis primas y mis hermanas. Cuando es hora de partir y la casa está llena de parientes y amigos, una organización invisible pero sin brechas decide cada movimiento, el director de la funeraria acata las órdenes de mi padre, la remoción del ataúd se hace de acuerdo con las indicaciones de mi tío el mayor. Alguna que otra vez los parientes llegados a último momento adelantan una reivindicación destemplada; los vecinos, convencidos ya de que todo es como debe ser, los miran escandalizados y los obligan a callarse. En el coche de duelo se instalan mis padres y mis tíos, mis hermanos suben al segundo, y mis primas condescienden a aceptar a alguno de los deudos en el tercero, donde se ubican envueltas en grandes pañoletas negras y moradas. El resto sube donde puede, y hay parientes que se ven precisados a llamar un taxi. Y si algunos, refrescados por el aire matinal y el largo trayecto, traman una reconquista en la necrópolis, amargo es su desengaño. Apenas llega el cajón al peristilo, mis hermanos rodean al orador designado por la familia o los amigos del difunto, y fácilmente reconocible por su cara de circunstancias y el rollito que le abulta el bolsillo del saco. Estrechándole las manos, le empapan las solapas con sus lágrimas, lo palmean con un blando sonido de tapioca, y el orador no puede impedir que mi tío el menor suba a la tribuna y abra los discursos con una oración que es siempre un modelo de verdad y discreción. Dura tres minutos, se refiere exclusivamente al difunto, acota sus virtudes y da cuenta de sus defectos, sin quitar humanidad a nada de lo que dice; está profundamente emocionado, y a veces le cuesta terminar. Apenas ha bajado, mi hermano el mayor ocupa la tribuna y se encarga del panegírico en nombre del vecindario, mientras el vecino designado a tal efecto trata de abrirse paso entre mis primas y hermanas que lloran colgadas de su chaleco. Un gesto afable pero imperioso de mi padre moviliza al personal de la funeraria; dulcemente empieza a rodar el catafalco, y los oradores oficiales se quedan al pie de la tribuna, mirándose y estrujando los discursos en sus manos húmedas. Por lo regular no nos molestamos en acompañar al difunto hasta la bóveda o sepultura, sino que damos media vuelta y salimos todos juntos, comentando las incidencias del velorio. Desde lejos vemos cómo los parientes corren desesperadamente para agarrar alguno de los cordones del ataúd y se pelean con los vecinos que entre tanto se han posesionado de los cordones y prefieren llevarlos ellos a que los lleven los parientes.



FIN.

LITERATURA Y LENGUAJE SIMBOLICO



ESTOS SON POEMAS DE OBJETO DE ESTUDIO A PARTIR DE LA LITERATURA Y EL SIMBOLO ESCOGIDOS DEL IBRO DEL POETA Charles Baudelaire DEL LIBRO Las Flores Del Mal,Y SON LOS POEMAS No I Y IX.


I

LA DESTRUCCION

El demonio se agita a mi lado sin cesar;
flota a mi alrededor cual aire impalpable;
lo respiro, siento como quema mi pulmón
y lo llena de un deseo eterno y culpable.

A veces toma, conocedor de mi amor al arte,
la forma de la más seductora mujer,
y bajo especiales pretextos hipócritas
acostumbra mi gusto a nefandos placeres.

Así me conduce, lejos de la mirada de Dios,
jadeante y destrozado de fatiga, al centro
de las llanuras del hastío, profundas y desiertas,

y lanza a mis ojos, llenos de confusión,
sucias vestiduras, heridas abiertas,
¡y el aderezo sangriento de la destrucción!


IX


EL AMOR Y EL CRANEO

Viñeta antigua

El amor está sentado en el cráneo
de la Humanidad,
y desde este trono, el profano
de risa desvergonzada,
sopla alegremente redondas pompas
que suben en el aire,
como para alcanzar los mundos
en el corazón del éter.


El globo luminoso y frágil
toma un gran impulso,
estalla y exhala su alma delicada,
como un sueño de oro.

Y oigo el cráneo a cada burbuja
rogar y gemir:
-Este juego feroz y ridículo,
¿cuándo acabará?

Pues lo que tu boca cruel
esparce en el aire,
monstruo asesino, es mi cerebro,
¡mi sangre y mi carne!.

lunes, 10 de marzo de 2008

LEAN ESTO CON ORGULLO


QUIERO COMPARTIR MI ALEGRIA TOLIMENSE


Nacer, en la Clínica Tolima o en El Federico siempre con problemas
pero ahí va, nacer, y a los pocos días tener en la muñeca un azabache
(pulserita de colores rojo y negro para espantar los malos humores y el mal de ojo), jugar bolas en el arenal de una esquina, o en el parque del barrio, jugar zarpa con los carritos, los columpios improvisados en arboles cercanos, el Rin Rin corre corre, yermis, escondite Americano o Chino, la recochita de fútbol con la cancha hecha de piedritas al frente de la casa, la señora que se enfurece porque le pegan al portón, las mamas gritando desde el balcón o desde fuera de la casa a almorzaaar. La sopa caliente y en ese calor, no
puede faltar el banano, el delicioso arroz con pega, la limonada de
aguapanela siempre fría, la siestica en mecedora o hamaca hasta las 3
o 4. Las tareas con lo amigos, la entrada a la biblioteca Dario Echandia siempre fría,La capada de clase pa ir al billar (a uno club o a candela) la pelea entre San Simón y Tolimense, las vacas, el gizeo gizeo, las mamacitas del oficial y la presentacion, el arca de Noé, el Inem y la Presentación, las minitecas, las excursiones a los museos de Bogotá, san Agustín,los mimos en la plazoleta Dario Echandia,las tardes de sabado en la baranda o el famoso terceraso, los goces , las tardes en algún club del salado, hacer los mandados en chancletas y en pijama, la ñapa, la motico FZ, los bolis, la melcocha que baten en los postes,las arepas con queso o con todo de las esquinas, las tarjetas de timoteo.


Vivir amando el Magdalena, y el olor a tamal del barrio o de la gobernación y los del Centenario, la deliciosa lechona SIN ARROZ, con insulso y arepa, el tamal con cucharadita de lechona de la plaza, la avena fría, las
almojabanas y pandeyucas recién salidos de la 21, el pollo de mirolindo, el reparador en bajo cero, las empanadas con avenita espesa del yel cóctel, el salchichón del Líbano que venden en la esquina de la plaza de bolívar, los granizados, la paleta de mango biche con sal, los helados de mantequilla de la 5ª con 15, o que me dicen de las papitas del chuzo o donde el gordo cuando empezaron.
Las borracheras con tapa roja o tolima, el petaco después del partido
al rayo del sol, el refajo hecho con crema soda glacial, la cañita de
2000, el ancla, el buen guarapo, la bailadita y la tomada en la calle al frente de la casa con una grabadora vieja, la rumba en la 42, cueros show, la japonesa,Starclub, karibana, paso ancho, casa campo, olimpus, (donde rosa), el taxi que nunca sale caro (recargo $200), las rumbas en EL GARAJE de los de la Univ. Cooperativa todos los viernes desde las 10:00 a.m., los de la COR en Tropical, Cactus, Donde Abel, y la Tolima en Carpa Blanca (o libro y son para los más 'libres'), el desenguayabe en piscina o río, con sancocho, los vendedores que no dejan dormir, el tiempoooo el espectador, se arreglan zapatoooos, el pescado frescoooo, LA FORCHA ffiiiiii LA FORCHA, la paisa la mazamorra, la leche, el guambito llorando, el balcón de la casa, se me
olvidaban los Mojicones de la GOGO, o las cañas de las panaderías del
barrio, o el pan de Mateus “ hecho con manteca de muerto”; Los domingos de fútbol, el indio pijao, el gordo con la camiseta del tolima que le queda de Body, la camiseta con el pollo de Kokoriko, quítese la gorra veneco, albitro hijue... , la cerveza medio caliente del Murillo, el solazo de oriental, la gorra hecha con el periódico... ahora CAMPEON TOLIMA
CAMPEON.
Morir, sabiendo que se vivió en una tierra con las mejores fiestas, el poncho, el rabogallo, el jue jue... jue jue.. En mi tierra todo es gloria, la cabalgata, la motolgata, todos tomamos, todos jinchos, la quinta Y la sultana llena de pueblo, la bailadita con las delegaciones, el diablo que salió empelota, el mohan, la patasola, la llorona, la candileja, los chupones de las brujas,las brujas de San Isidro, los locos de las esquinas entre ellos la guacharaca o no se acuerda iju$%$·&?, Que me mira ·$%&?’¡· Y tire piedras! y el viejo con una bolsa amarrada en el pie diciendo 'denme pa' un pan' y peliando con los chúcaros en plena tercera, o la viejita vendiendo velitas aromáticas en las afueras de la UCC que si no le compran, le casca con las velas en el culo a los alumnos!.
Morir, sabiendo que vivimos en una tierra firme, una tierra considerada el mejor vividero, donde todos somos vecinos, donde comen dos comen tres, donde por las noches se ven las estrellas gigantes y la luna de verdad que si alumbra, donde los papas viven harto tiempo y siempre tiene una historia que contar, donde todos tenemos un amigo que sabe tocar guitarra y toca música tolimense... morir sabiendo que aún donde estemos se nos eriza la piel cuando escuchamos el bunde... canta el alma de mi razaaaaa... POR ESO Y MUCHO MAS ME SIENTO ORGULLOSO DE SER COLOMBIANO Y SOBRE TODO TOLIMENSE
MUCHAS GRACIAS